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un cañón de a veinticuatro! ¿Qué se nos da de esas dos asambleas que se disputan el paso como dos compañías de granaderos al subir a la brecha? Pues bien, señor gobernador: lo mejor será convocarlas a ambas, y yo organizaré con ellas dos batallones para salir a campaña contra los negros. Veremos si hacen tanto ruido con los fusiles como con la lengua.

Después de esta áspera rociada, volviéndose hacia mí, que estaba a su lado, me dijo a media voz:

—¿Qué quiere usted que haga un gobernador nombrado por el rey entre dos asambleas de Santo Domingo que se pretenden soberanas? Los habladores y los abogados son quienes lo echan todo a perder aquí, como en la metrópoli. Si yo tuviera la honra de ser el señor teniente general, pondría de patas en la calle a toda esa canalla, diciéndoles: El rey, reina, y yo mando; enviaría a Barrabás la responsabilidad hacia esos llamados representantes, y con diez cruces de San Luis, prometidas a nombre de Su Majestad, encerraría en un abrir y cerrar de ojos a todos los rebeldes en la isla de la Tortuga, habitación en algún tiempo de otros bandidos semejantes, los piratas. Joven, acuérdese usted de lo que le digo. Los filósofos engendraron a los filántropos, quienes procrearon a su vez a los negrófilos, los que nos van dando a luz los matablancos, que así se llamarán mientras se les busca un nombre griego-latino. Esas fingidas ideas liberales con que se embriagan en Francia son un veneno bajo la latitud de los Trópicos.