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María estaba o aguardándome o entregada al sueño.

Jamás olvidaré el aspecto de la ciudad al tiempo de aproximarme. Las llamas, que iban ya devorando las haciendas de sus contornos, esparcían un lúgubre reflejo, obscurecido por los torrentes de humo, que el viento empujaba por las calles. Chorros de chispas encendidas, producidas por las leves e inflamadas hojas de la caña y lanzadas con violencia por el viento, cual espesos copos de nieve, sobre los techos de las habitaciones y la jarcia de los barcos fondeados en la bahía, amenazaban a cada instante a la ciudad del Cabo con un incendio no menos espantoso del que ardía en sus inmediaciones. Era un espectáculo horrible e imponente el ver por una parte a los pálidos vecinos exponiendo la vida por disputarle al crudo azote el único asilo que de tantas riquezas aún conservaban, mientras por otra los buques, temerosos de igual suerte y favorecidos siquiera por aquel viento, tan funesto para los infelices habitantes, se alejaban a toda vela por un mar teñido por los sanguíneos resplandores del incendio.

XVI

Aturdido con el cañoneo de los fuertes, el clamor de los fugitivos y el lejano ruido de los edificios desplomados, no sabía hacia qué punto encaminar mi tropa, cuando nos encontramos en la