Página:Bug Jargal (1920).pdf/66

Esta página ha sido corregida
62
 

de un caimán y de un amo blanco, y, lo que es peor, me has arrebatado el derecho de aborrecerte. ¡Oh, soy muy desgraciado!

La singularidad de sus ideas y su lenguaje no me movían ya casi a admiración, porque estaban en armonía consigo propio, y sin hacer alto en ello, le respondí:

—Mucho más te debo de lo que tú a mí, porque te debo la vida de mi futura esposa, de María.

Padeció como si fuese una conmoción eléctrica.

—¡María!—dijo con voz apagada.

Y dejó caer la cabeza entre las manos, que se retorcían con violencia, mientras penosos gemidos querían como reventarle el pecho. Confieso que mis amortiguadas sospechas se despertaron, pero sin cólera ni celos. Estábamos ambos demasiado próximos, yo a la dicha y él a la muerte, para que semejante rival, aun siéndolo, pudiese excitar en mí otras ideas que las de afecto y lástima.

Levantó, por fin, la cabeza, y me dijo:

—Anda, no me lo agradezcas.

Y después de otra pausa, prosiguió:

—¡Y, sin embargo, yo no soy de sangre inferior a la tuya!

Esta frase revelaba un género de ideas que excitó vivamente mi curiosidad, y le insté que me manifestase quién era y lo que había padecido; pero él se mantuvo en tétrico silencio. Con todo, mi acción le había afectado, y mis ofertas de servirle y mis instancias parece que vencieron su disgusto hacia la vida, porque salióse y volvió a