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mo algo de varonil y de lastimero, salió en breve de entre lo más espeso de la arboleda y mezcló con los sonoros tonos de una guitarra cierta canción española, que bebieron mis oídos palabra por palabra, con tal ardor que se quedaron éstas grabadas en mi memoria y puedo aun ahora repetir todas sus expresiones[1]:

“¿Por qué huyes de mí, oh, María? ¿Por qué huyes de mí, oh, tierna doncella? ¿De dónde nace ese espanto que hiela tu ánimo cuando me escuchas? ¡Tan terrible aparezco, yo que sé amarte, padecer y cantar!

“Cuando a través de los erguidos cocoteros y de las frondosas alamedas, que baña el río, contemplo deslizarse tus formas puras y aéreas, la vista se me empaña, oh, María, cual si mirase pasar alguna visión celeste.

“Y si escucho, oh, María, los hechiceros y melodiosos acentos que se exhalan de tu boca, juzgo que el corazón acude a latir en mis oídos y mezcla un murmullo lastimero con tu voz armoniosa.

“¡Ay! Tu voz es más suave para mí que el canto mismo de los pajarillos que vuelan libres por la bóveda de los cielos y que vienen de las regiones de mi patria.

“¡De mi patria, donde yo era rey; de mi patria, donde yo era libre!


  1. Aquí añade Víctor Hugo, en una nota, que le parece inútil copiar el romance español que comenzaba: ¿Por qué me huyes, María? Como tal romance o canción en castellano, por supuesto, no existe, habremos de contentarnos con traducir la prosa francesa.—N. del T.