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para el porvenir. Rodeado, casi desde la cuna, de cuantos deleites procuran las riquezas y de cuantos privilegios confiere un elevado nacimiento en aquellos países donde basta con el color del cutis para poseer tal dignidad; pasando mis días enteros al lado de la mujer en quien cifraba mi amor; viendo este amor mismo favorecido por nuestros deudos, únicos que hubieran podido ponerle estorbo; y todo esto en una edad en que la sangre hierve, en un país donde el estío es perpetuo, donde la naturaleza es hermosa, ¿qué más pudiera combinarse para inspirarme ciega confianza en mi feliz estrella?, ¿qué más se requiere para poder repetir que pocos hombres fueron más felices que lo fuí yo en mis primeros años?

El capitán se detuvo por un instante, cual si le faltase aliento para aquellos recuerdos del pasado deleite, y en seguida añadió con acento melancólico:

—Verdad es que, en cambio, tengo ahora el derecho de afirmar que nadie pasará en mayor amargura sus últimos momentos.

Y como si hubiese sacado fuerzas del íntimo convencimiento de sus desgracias, continuó con acento sereno.

V

—En medio de tales ilusiones y de tan ciegas esperanzas, llegué a los veinte años de mi edad, que debían cumplirse en agosto de 1791, para