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meneaba el sargento con dolor la cabeza—, está cojo. Oí luego quejidos entre las matas vecinas, y cuando acudí le encontré a usted, mi capitán, ¡que había caído herido cuando se apresuraba por llegar a salvar al negro! ¡Sí, mi capitán; usted gemía, pero era por él! ¡Bug-Jargal había muerto! A usted, mi capitán, le llevamos al campamento, y su herida fué menos grave, porque curó gracias al cariñoso cuidado de la señorita María.

Calló el sargento, y D’Auverney repitió en voz solemne y afligida:

—¡Bug-Jargal había muerto!

Tadeo inclinó la cabeza.

—Sí—dijo—. ¡Me había perdonado la vida, y yo fuí quien le maté!


Bug-Jargal
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