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Antes, empero, de abandonarme al cansancio y a la desesperación, tenté el último esfuerzo, y recogiendo el resto de mis agotadas fuerzas, clamé por otra vez aún:

—¡Bug-Jargal!

Un ladrido me dió respuesta... Conocí a Rask... Alcé los ojos, y Bug-Jargal y su perro estaban en el borde de la grieta. Ignoro si oyó mis clamores o si algún temor secreto le hizo volver; pero viendo mi peligro, me gritó:

—¡Sostente!

Habibrah, que temía mi salvación, me dijo a su vez, lleno de rabia:

—¡Ven, vente conmigo!

Y reunió todo el resto de su vigor sobrenatural, a fin de apresurar el desenlace. En este instante mismo, el brazo fatigado se me desprendió del tronco, y no quedaba ya recurso contra mi suerte, cuando me sentí asir por la espalda. Era Rask, que a una seña de su amo había saltado de la hendedura a la caverna y me tenía agarrado con violencia por el cuello del vestido. Este inesperado socorro me salvó. Habibrah había agotado todo su vigor en aquel esfuerzo postrero, y yo recobré el suficiente para desasirme de sus manos. Sus dedos, tiesos y adormecidos, tuvieron al fin que soltar la presa; la raíz, por tan largo tiempo sacudida, cedió al cabo a su peso, y mientras Rask me arrastraba hacia atrás con ímpetu, el vil enano se precipitó entre los copos de espuma de la lóbrega cascada, lanzándome una maldición que