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el tonto es menos tonto que tú. Ahora te cogí, y esta vez no te haré esperar ni tendrá tu amigo Bug-Jargal que aguardarte en vano. ¡Irás a la cita en el valle, pero las aguas del torrente se encargarán de hacerte andar el camino!

Y así diciendo, se abalanzó a mí con el puñal enarbolado.

—¡Monstruo!—le respondí, echándome a la espalda por el terrado—. Hace poco no eras más que un verdugo, y ahora eres un asesino.

—¡Me vengo!—replicó, rechinando los dientes.

En aquel instante me hallaba a la orilla del precipicio; se tiró a mí con ímpetu para empujarme con una puñalada; le huí el cuerpo, y deslizándosele el pie por el musgo resbaladizo de que estaban cubiertos los húmedos peñascos, fué rodando por aquella pendiente carcomida por las olas. Dió un feroz aullido, invocando a los espíritus del infierno, y cayó en la sima.

Antes he dicho que asomaban por entre las grietas de la peña, más abajo del borde de la orilla, las raíces de un anciano tronco. El enano tropezó en ellas a su caída, y el estrambótico ropaje se le enredó entre los nudos de la cepa, y, agarrándose a ese postrer sostén, se quedó asido con energía extraordinaria. El gorro puntiagudo se desprendió de su cabeza, tuvo que soltar el puñal, y el arma del asesino y la caperuza del bufón desaparecieron juntas, botando por los profundos rincones de la catarata.

Habibrah, colgado sobre el abismo, trató pri-