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penacho con ademanes de respeto y en seguida se alejaron sin proferir palabra. El obí desapareció con ellos en las tinieblas de la galería subterránea.

No intentaré, señores, pintar la situación en que me encontraba. Clavé los ojos humedecidos en Pierrot, que a su vez me contemplaba con extrañas muestras de agradecimiento y orgullo.

—¡Alabado sea Dios!—dijo al cabo—. ¡Todo se ha salvado! Hermano, vuélvete por donde has venido, y abajo me encontrarás en el valle.

Hizo un gesto con la mano y desapareció.

LIV

Ansioso por llegar al lugar de la cita y saber qué venturoso milagro había traído tan a tiempo a mi libertador, traté de salir de la caverna; mas al efectuarlo me aguardaban nuevos peligros. En el momento mismo en que me dirigía hacia la galería subterránea, un imprevisto obstáculo salió a atajarme la entrada: Habibrah, el rencoroso obí; lejos de acompañar a los negros, cual habíame imaginado, estaba aguardando un momento más propicio para su venganza. Y ese momento había llegado. El enano apareció de súbito, soltando la carcajada, mientras yo me encontraba sin armas ni defensa; el mismo puñal que le servía de crucifijo brillaba entre sus manos. A su vista, di un paso atrás por un movimiento involuntario.

—¡Ja, ja, maldito! ¿Creías escapárteme? Pero

Bug-Jargal
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