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—¡Camaradas!—repitió—. ¡Deteneos!

Los negros se postraron, y él prosiguió:

—Yo soy Bug-Jargal.

Los negros golpearon el polvo con sus frentes, lanzando gritos cuyo intento y significado era difícil en extremo discernir.

—¡Desatad al preso!—gritó el caudillo.

Entonces el enano pareció despertar del estupor en que le había sumido tan súbita e inesperada aparición, y detuvo con empeño el brazo de los negros, próximos a cortar mis ligaduras.

—¿Cómo?—exclamó—. ¿Qué quiere decir eso?

Y luego, alzando la cabeza hacia Bug-Jargal, le preguntó:

—Caudillo de Morne-Rouge, ¿qué te conduce a este lugar?

Bug-Jargal respondió:

—Vengo a dar órdenes a mis hermanos.

—En efecto—dijo el enano con rabia reconcentrada—, negros de Morne-Rouge son los que hay aquí. Mas ¿con qué derecho—añadió—vienes a dictar órdenes sobre mi prisionero?

El caudillo repitió:

—Yo soy Bug-Jargal.

Y los negros golpearon con sus frentes el pavimento.

—Bug-Jargal—repuso Habibrah—no puede deshacer lo que Biassou dispone. Biassou me ha regalado este blanco; yo quiero que muera, y morirá. Vosotros—dijo volviéndose a los negros—obedecedme. Lanzadle en el abismo.