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orgullo herido y sentir cuán abrasadora huella dejan las lágrimas de vergüenza y despecho en un rostro condenado a perpetua risa! ¡Ay, y cuán duro es haber estado aguardando por tan largo espacio la hora del castigo, y contentarse al cabo con una puñalada! ¡Si siquiera hubiese podido saber cuál brazo le hería! Pero tenía demasiado anhelo por escuchar su postrer estertor, y le clavé demasiado pronto el cuchillo; murió sin conocerme, y el ímpetu de mi furor dejó burlada mi venganza. Esta vez, al menos, será más completa. Tú me ves, y bien, ¿no es cierto? Verdad que te costará trabajo distinguirme bajo el nuevo aspecto en que me presento a tus ojos. Siempre me habías visto risueño y satisfecho, y ahora, que nada le impide a mi alma retratarse en mis facciones, en nada debo asemejarme. Tú no me conocías sino de máscara: ¡he aquí mi rostro!

Y era espantoso.

—¡Monstruo!—exclamé—. ¡Te equivocas! ¡Aún queda algo del saltimbanco en la atroz fealdad de tu semblante y de tu alma!

—¡No hables de atrocidad!—me dijo Habibrah—. Recuerda las crueldades de tu tío.

—¡Infame!—le contesté indignado—. Aun cuando fuese cruel, ¿éralo, por ventura, contigo? Te condueles de la suerte de los infelices esclavos; pues ¿por qué ejercías contra tus hermanos el influjo que te daba la debilidad hacia ti de tu señor? ¿Por qué no trataste jamás de ablandarle en sus arrebatos ni de interceder por los tuyos?