Página:Bug Jargal (1920).pdf/234

Esta página ha sido corregida
230
 

con espantoso rugido de las venas de la montaña.

Como cubierta de esta sala subterránea, la bóveda de piedra formaba una especie de cúpula entapizada de hiedra amarillenta, y por encima reinaba en casi toda su anchura una grieta, por donde penetraba la luz del día, y cuyo borde se coronaba de verdes arbustos, dorados en aquel instante por los rayos del sol, ya próximo a su ocaso.

Al extremo norte del terraplén, el torrente se lanzaba con estrépito a un abismo, en lo hondo de cuya sima flotaban, en dudosos cambiantes y sin vencer la obscuridad, las vagas vislumbres que penetraban por la hendedura. Sobre el precipicio se inclinaba un árbol anciano, que mezclaba las ramas de su copa con las espumas y el rocío de la cascada, y asomaba sus nudosas raíces por entre las peñas, como una vara más abajo del borde.

Aquel árbol, bañándose así las sienes en el torrente y alargando, cual un brazo descarnado, sus raíces a través del abismo, estaba tan desnudo de verdor y de hojas que no era posible conocer su especie.

Ofrecía, en verdad, un fenómeno singular: sólo la humedad, que aspiraba sin cesar por el extremo inferior, le impedía perecer, cuando la violencia de la catarata tronchaba sin intermitencia los nuevos vástagos y le obligaba a conservar perpetuamente los mismos ramos.