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—He aquí lo que anunciará a los tuyos que pueden darle el ascenso de capitán al teniente de tu compañía. Y hablando de eso, una vez que vienes de pasearte por el campo, ¿qué tal te han parecido estos contornos?

—He visto—le respondí con frescura—que hay árboles sobrados para ahorcarte a ti y a toda tu gavilla.

—Pues mira—replicó con un tono de burla forzado—, hay un sitio que sin duda no conoces, y que el bendito bon per se va a tomar la molestia de enseñarte. Adiós, señorito capitán; memorias a Leogrí.

Y luego me saludó con aquella carcajada que me recordaba el ruido de una serpiente de cascabel; hizo un gesto, me volvió la espalda, y los negros me llevaron de allí; el obí nos acompañaba con su velo echado y el rosario en la mano.

LI

Caminé entre medio de ellos sin tratar de hacer resistencia, que hubiera sido enteramente inútil. Subimos a la cima de un cerro situado a poniente de la vega, donde descansamos un breve instante, y eché la última mirada hacia el astro que iba a sepultarse en las ondas para jamás volver a alumbrar mis párpados. Los guías se levantaron, y bajamos a un estrecho valle, que me hubiera encantado en cualquier otro momento. Un torrente lo