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me los instrumentos del verdugo con que se entretenía.

—Porque lo he reflexionado—le contesté—, me niego a ello. Parece que tienes temores por ti y los tuyos y que confías en esa carta para retardar la venida y la venganza de los blancos. Rehuso, pues, una existencia que pudiera quizá servir para salvar la tuya. Manda luego que empiecen mis tormentos.

—¡Hola, muchacho!—respondió Biassou dando un puntapié a los instrumentos de tortura—. Creo que te vas familiarizando con esto, y de veras que siento en el alma no tener tiempo para hacer una prueba. Esta posición es peligrosa, y necesito salir de ella lo más pronto posible. ¿Conque no quieres ser mi secretario? Al cabo, no lo yerras, porque lo mismo te hubiera sucedido después, pues nadie puede vivir sabiendo un secreto de Biassou, y, además, le he dado promesa de tu muerte al padre capellán.

Con esto se volvió al obí, que acababa de entrar en el aposento.

Bon per, ¿está preparada su escolta? El obí hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—¿Habéis escogido para el servicio negros de Morne-Rouge? Son los únicos del ejército que no están ocupados en los preparativos de marcha.

El obí respondió que sí por otra seña.

Entonces Biassou me señaló la gran bandera negra en que había ya reparado, y que estaba en un rincón de la caverna.