Página:Bug Jargal (1920).pdf/224

Esta página ha sido corregida
220
 

El tiempo urgía, y yo la coloqué en los brazos de Bug-Jargal, cuyos ojos rebosaban en lágrimas.

—¿Y nada puede detenerte?—me dijo—. Nada añadiré a lo que estás viendo. ¿Cómo puedes resistir a María? Por una sola de las palabras que te ha dirigido le hubiera yo sacrificado el orbe, ¡y tú no quieres hacerle el sacrificio de vivir!

—¡El honor!—le respondí—. Adiós, hermano; adiós, Bug-Jargal; te la encargo.

Me agarró de la mano; estaba pensativo y apenas parecía escucharme.

—Hermano, hay en el campamento de los blancos uno de tus parientes, y a ése le entregaré a María. Por lo que a mí hace, no cabe aceptar tu confianza.

Y señaló a las cumbres de un monte vecino, cuya cima dominaba toda la comarca.

—¿Ves ese peñón? Cuando la señal de tu muerte aparezca en él, el pregón de la mía no tardará en resonar. Adiós.

Sin hacer alto en el sentido incógnito de estas palabras, le abrazé, sellé con un beso la pálida frente de María, que, gracias al cuidado de su nodriza, empezaba a reanimarse, y eché a huir con precipitación, temeroso de que su primera mirada, su primer lamento, desarmasen mi fortaleza.