Página:Bug Jargal (1920).pdf/223

Esta página ha sido corregida
219
 

—Hermana, júntate a mí e impide que tu marido nos abandone. Quiere volverse al campamento de los negros, de donde le he sacado, bajo pretexto de que le ha ofrecido morir a su caudillo, a Biassou.

—¿Qué has hecho?—exclamé.

Pero era demasiado tarde para cortar este arranque generoso, que le llevaba a implorar el socorro de la mujer que amaba para salvarle la vida a su mismo rival, y rival favorecido. María se había lanzado a mis brazos con un grito de desesperación, y, colgada de mi cuello por sus manos entrelazadas, se dejaba caer sobre mi corazón, sin fuerza y sin aliento apenas.

—¡Oh!—decía sollozando, en voz apagada—. ¿Qué es lo que dice, Leopoldo mío? ¿No es verdad que me engaña y que tú, en el momento de reunirnos, no quieres volver a alejarte de mi lado y a separarte para morir? Respóndeme, o yo seré la que muera. ¡Tú no tienes derecho para abandonar tu vida, porque no debes sacrificar la mía! ¿Quieres separarte de mí para no volver jamás a verme?

—María—contesté—, no le creas; tengo que alejarme, es cierto, pero también es preciso, y nos volveremos a encontrar en otros lugares.

—¡En otros lugares!—prosiguió ella con espanto—. ¡En otros lugares! ¿Adónde?...

—¡En el cielo!—le respondí, falto de fuerza para engañar a aquel ángel.

Se desmayó otra vez; pero ahora era de dolor.