Página:Bug Jargal (1920).pdf/207

Esta página ha sido corregida
203
 

negros, que, postrados a nuestro paso, exclamaban con asombro, y sin que yo pudiese entender si hablaban de Pierrot o de mí:

—¡Milagro! Ya no está prisionero.

Habíamos traspasado los últimos límites del campamento; habíamos perdido de vista entre los árboles y peñascos los postreros centinelas de Biassou; Rask corría gozoso, adelantándose, y luego volvía a nuestro encuentro; Pierrot caminaba con rapidez; yo, por fin, le detuve entonces y le dije:

—Escúchame ahora, que ya es excusado el ir más lejos. Los oídos que temías ya no están a nuestro alcance ni pueden recoger nuestras palabras; habla, pues: ¿qué has hecho de María?

Una violenta emoción me ahogaba casi la trémula voz; él me miró con dulzura, respondiendo:

—¿Siempre lo mismo?

—¡Sí, siempre, siempre!—exclamé arrebatado—. Te haré la misma pregunta hasta que ambos exhalemos el postrer aliento. ¿Dónde está María?

—¿Conque nada logra disipar tus dudas de mi buena fe? Pronto lo sabrás.

—¡Pronto, monstruo!—le repliqué—. ¡Ahora, ahora mismo quiero saberlo! ¿Dónde está María? ¿Dónde está María?... ¿Me oyes? Respóndeme, o juega tu vida a trueque de la mía. ¡Defiéndete!

—Ya te he dicho que eso no puede ser—prosiguió con tristeza—. El torrente no lucha con su manantial, y mi vida, que has salvado por tres