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cía impresión en aquel instante. Estaba enteramente entregado a los transportes de mi rabia, que las ligaduras hacían impotente.

—¡Oh!—exclamé al cabo, llorando de ira, bajo el peso de las trabas que me retenían—. ¡Oh, y cuán desgraciado soy! Yo lamentaba que ese infame hubiese hecho justicia de sí propio; yo le juzgaba muerto, y sentía mi perdida venganza, y hele aquí ahora que viene a mofarse de mí con su presencia; hele aquí vivo, ante mis ojos, sin que pueda tener el placer de coserle a puñaladas. ¡Oh! ¡Quién me libertaría de estos execrables lazos!

Pierrot se volvió hacia los negros, que seguían en adoración a sus plantas.

—Compañeros—les dijo—, soltad al prisionero.

XLI

Pronto quedó obedecido. Los negros, que me custodiaban se apresuraron ahora a cortar las cuerdas de mis ligaduras, y me encontré en pie y libre; pero quedéme inmóvil, porque el pasmo me tenía a su vez encadenado.

—No es esto solo—repuso Pierrot arrancándole a uno de los negros su cuchillo y ofreciéndomelo—. Puedes cumplir tu deseo. Dios no permita que te dispute el derecho de disponer de mi vida. Por tres veces la salvaste, y es ya muy tuya; hiere, si quieres herirme.