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nes y dos reductos, a cada orilla. Al Sur hay otro camino real, que atraviesa ese país montañoso llamado el Haut-du-Cap, y lo tienen también cuajado de tropas y de artillería. Por la parte de tierra, la posición está asimismo bien fortificada, con parapetos en que han trabajado todos los habitantes, con añadidura de buenos caballos de frisa. Por consiguiente, el Cabo se halla al abrigo de nuestras embestidas. La emboscada en las gargantas de Doma-Mulatos no produjo el éxito que nos prometíamos, y a tantos reveses se junta la fiebre de Siam, que devasta el campamento de Juan Francisco. Así que el gran almirante de Francia opina[1], y yo participo de su sentir, que sería conveniente entrar en tratos con el gobernador Blanchelande y la Asamblea colonial. He aquí la carta que sobre este particular vamos a remitir a la Asamblea; escucha:


Señores diputados:

“Grandes infortunios han afligido a esta rica e importante colonia, en los que nos hemos visto nosotros envueltos, y nada más nos queda que alegar por excusa. Algún día vendrá en que nos haréis toda la justicia que nuestra situación se merece. Debemos quedar comprendidos en la amnistía general que el Rey Luis XVI ha proclamado para todos indistintamente.

“Si no, como el Rey de España es un Rey bue-


  1. Ya se ha dicho que Juan Francisco se daba este título.—N. del A.