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dios. Se puso frente a frente del generalísimo y alzó la voz lleno de ira:

¿Qué dice el excelentísimo señor mariscal de campo? ¿No se acuerda de lo que me ha prometido? Ni él ni el bon Giu pueden ya disponer de esta vida, que me pertenece.

En aquel momento, al oír su acento de cólera, juzgué de nuevo tener algún recuerdo de aquel maldito hombrecillo; mas fué una sensación vaga y pasajera, que no me iluminó el entendimiento.

Biassou, sin alterarse, se levantó, habló con el obí en voz baja, señalándole a la bandera negra en que ya había yo reparado, y, tras algunos minutos de conversación, meneó el zahorí la cabeza de arriba abajo, cual en señal de consentir, y los dos recobraron sus antiguos puestos y actitudes.

—Escucha—me dijo entonces el generalísimo, sacando del bolsillo los otros despachos de Juan Francisco, que tenía allí metidos—. Nuestros negocios van mal. Bouckmann acaba de morir en un encuentro; los blancos han exterminado en la comarca de Cul-de-Sac a dos mil negros levantados; las tropas de la colonia siguen atrincherándose y cubriendo todos los llanos de puntos fortificados, y, por culpa nuestra, hemos desaprovechado una ocasión de apoderarnos del Cabo, que no se volverá a presentar tan de pronto. Por el lado de Levante, el camino principal está cortado por un río, y los blancos, para defender el paso, han establecido una batería flotante sobre ponto-

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