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prisionero—. El chicarón y la sabieca, para las quillas; las yabas, para los cascos; el níspero, para los palos; los guayacos, los cedros...

¡Que te lleven todos los demonios de los diez y siete infiernos!—exclamó en español Biassou, ya impacientado.

—¿Qué se le ofrece a mi bondadoso protector?—dijo, todo trémulo, el economista, que no entendía achaque de español.

—Escúchame—repuso Biassou—; yo no tengo necesidad de buques, y en toda mi comitiva no queda más que un empleo vacante, que no es siquiera el de mayordomo, sino el de ayuda de cámara. Vea, pues, el señor filósofo si le conviene. Estas son las condiciones. Me servirás de rodillas, me traerás la pipa y el calalú[1] y andarás tras de mí con un abanico de plumas de pavo real o de papagayo, como los dos pajes que estás viendo. ¿Eh?, responde. ¿Quieres servirme de ayuda de cámara?

El ciudadano C..., que sólo pensaba en salvar la vida, hizo una reverencia, inclinándose hasta el suelo con infinitas muestras de agradecimiento y gozo.

—¿Conque lo aceptas?—preguntó Biassou.

—¿Y podía poner siquiera en duda mi generoso amo que yo titubeara un momento ante tan insigne favor cual el de servirle en su persona?

A semejante respuesta, el diabólico sarcasmo de Biassou cobró un aire de triunfo. Cruzó los bra-


  1. Guiso de los criollos.—N. del A.