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ponsales! Dime, y con eso sobra, dónde tienes tus almacenes y tus depósitos, porque mi ejército necesita abastecerse. Muy ricas han de ser tus haciendas y muy fuerte tu casa de comercio si tienes giro con los comerciantes de todo el mundo.

El ciudadano C... se atrevió con timidez a hacer una observación:

—Héroe de la humanidad, no son comerciantes, sino filósofos, filántropos y negrófilos.

—¡Vaya!—dijo Biassou moviendo la cabeza—. ¡Cátense ustedes ahí que vuelve a esos demonios de palabrotas ininteligibles! Pues bien, hombre: si no tienes almacenes ni depósitos que darnos a saquear, ¿para qué sirves?

Semejante pregunta mostraba una vislumbre de esperanza, a la que se asió C... con ahinco.

—Ilustre guerrero—respondió luego—, ¿tenéis en vuestro ejército algún economista?

—¿Qué cosa es eso?—le preguntó el caudillo.

—Es—dijo el prisionero, con tanto énfasis cuanto su terror le permitía—, es un hombre necesario por excelencia; el único que sabe tasar en su respectivo valor los recursos materiales de un imperio, clasificarlos por el orden de su importancia, beneficiarlos y acrecentarlos combinando sus orígenes y resultados, y distribuirlos con tino cuales otros tantos arroyos fecundantes, que aumentan los caudales del río de la utilidad general, el que viene, a su vez, a confundirse en el mar de la prosperidad pública.