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eres alguno de ellos! ¡Acuérdate que estás hablando con el generalísimo de las tropas del Rey! ¡Ciudadano! ¡Vaya, el insolente!

El pobre negrófilo no sabía ya cómo hablarle a una persona que tanto desechaba el tratamiento de excelencia cuanto el título de ciudadano, el lenguaje de los aristócratas cuanto el de los patriotas. Estaba aterrado. Biassou, cuya cólera era fingida, se divertía sobremanera en contemplar sus ahogos.

—¡Ay!—dijo por fin el ciudadano general—, ¡y cuán mal me juzgáis, insigne defensor de los imprescriptibles derechos de una mitad del linaje humano!...

En el apuro de aplicar ningún dictado sencillo a este encumbrado personaje, que aparentaba rehusarlos todos, acudió a una de aquellas perífrasis sonoras de que solían valerse con sumo gusto los revolucionarios para reemplazo del nombre y título de la persona a quien se dirigían.

Biassou le miró de fijo y le preguntó:

—¿Conque tanto cariño profesas a los negros y a los pardos de toda especie?

—¿Si les profeso?—exclamó el ciudadano C...—. Soy corresponsal de Brissot y de...

Biassou le interrumpió, soltando su risa acostumbrada.

—¡Ja!... ¡ja!... Mucho me regocijo de encontrarme en ti con un amigo de nuestra causa. ¡En tal caso, habrás de aborrecer a los inicuos hacendados blancos que castigaron nuestra justa insu-