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—¿Negrófilo?—le interrumpió el generalísimo—. ¿Qué quiere decir eso?

—Amigo de los negros—tartamudeó, en respuesta, el ciudadano.

—No basta ser amigo de los negros—replicó Biassou con severidad—; hay que serlo también de los pardos.

Ya hemos manifestado que Biassou era salto-atrás.

—De los pardos era lo que quise decir, mi general—repuso humildemente el negrófilo—. Yo estoy relacionado con todos los más famosos partidarios de los negros y de los mulatos...

Biassou, gozoso de poder humillar a un blanco, le volvió a cortar la palabra:

¡Negros y mulatos! ¿Qué significa eso? ¿Quieres venir a insultarnos con esos nombres odiosos inventados por el desdén de los blancos? Aquí no hay sino negros y pardos, ¿lo entiende usted, señor hacendado blanco?

—Es un mal hábito contraído desde la infancia—respondió C...—; perdonadme: no he tenido intención de ofender a vuestra excelencia.

—Deja tus excelencias, que te repito que no me gustan esas mañas de aristócratas.

C... trató de disculparse de nuevo y empezó en tono balbuciente otra explicación:

—Si me conocieras, ciudadano...

—¡Ciudadano! Pues ¿quién te imaginas que soy?—gritó Biassou enfurecido—. Aborrezco esa jerigonza de los jacobinos, ¡y quisiera saber si