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El artesano sufrió primero su interrogatorio:

—¿Quién eres?—le dijo Biassou.

—Santiago Belin, carpintero del hospital de los Padres Religiosos en el Cabo.

Alguna sorpresa, mezclada de vergüenza, asomó en el rostro del generalísimo del país conquistado.

—¡Santiago Belin!—repitió mordiéndose los labios.

—Sí—repuso el carpintero—. ¿Pues qué, me desconoces?

—Empieza tú—dijo el mariscal de campo—por reconocerme y acatarme.

—¡Yo no saludo a mis esclavos!—replicó el carpintero.

—¡A tu esclavo! ¡Miserable!, ¿qué dices?—exclamó el generalísimo.

—Sí—contestó el carpintero—. Yo fuí tu primer amo, aunque ahora finjas hacerte desconocido, y acuérdate, Juan Biassou, de que te vendí por trece pesos fuertes a un comerciante de Santo Domingo.

Las facciones de Biassou se contrajeron con violento despecho.

—Pues qué—prosiguió el blanco—, ¿te avergüenzas ahora de haberme servido? ¿No sabes que Juan Biassou debería honrarse de haber pertenecido a Santiago Belin? Tu propia madre, ¡loca de vieja!, ha barrido muchas veces mi tienda; pero al postre se la vendí al señor mayordomo del hospital, y, como estaba tan decrépita, no quiso