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no ignora los sucesos venideros, ¿querrá leerme lo que ha de sucederme a mí, Juan Biassou, mariscal de campo?

El obí se detuvo con aire jactancioso en medio del grotesco altar donde la credulidad de los negros le divinizaba, y replicó al mariscal de campo:

—Venga vuestra merced.

En aquel instante, el obí era la persona de mayor importancia en el ejército. El poder militar se humilló ante el prestigio del sacerdote, y al acercarse Biassou, era fácil de leer en sus miradas algún movimiento de enojo.

—La mano, mi general—dijo el obí, inclinándose para cogerla—. Empiezo: la línea de la coyuntura, señalada con igualdad en toda su extensión, le promete riquezas y felicidad. La línea de la vida, larga y distinta, anuncia una existencia libre de males y una vejez robusta; estrecha, señala la sabiduría, el espíritu ingenioso y la generosidad del corazón; en fin, aquí veo lo que los nigrománticos llaman el más venturoso de todos los signos: una caterva de ligeras arrugas que le dan el aspecto de un árbol cargado de ramas elevándose hacia lo alto de la mano, indicio seguro de la opulencia y las grandezas. La línea de la salud, muy larga, confirma los pronósticos de la línea de la vida, y también anuncia valor; encorvada hacia el dedo meñique, en forma de garfio, es signo, mi general, de una severidad provechosa.

A esta palabra, los ojuelos brillantes del obí se clavaron en mi persona al través de los agujeros