obí—, ¿qué necesidad tengo yo de verte los ojos? Daca la mano, digo.
El desdichado alargó la mano, repitiendo siempre en voz baja:
—¡Ay, mi ojo!
—Bueno—dijo el zahorí—. Si en la línea de la vida se descubre un punto rodeado de un círculo pequeño y de color negro, se quedará tuerta la persona, porque este signo anuncia la pérdida de un ojo. Eso es: aquí, aquí está el punto, y el círculo, y serás tuerto.
—¡Ya lo soy!—respondió el vejancón gimiendo en tono lastimero.
Mas el obí, que no hacía ya de cirujano, le empujó de sí con aspereza, y prosiguió, sin atender a los quejidos del pobre tuerto:
—Escuchad, hombres. Si las siete líneas de la frente son chicas, retorcidas y poco señaladas, anuncian que la vida de aquella persona será breve.
Quien tenga en el entrecejo y en la línea de la luna la figura de dos flechas cruzadas morirá en una batalla.
Si la línea de la vida que atraviesa la palma de la mano presentare una cruz a su extremidad, cerca ya de la coyuntura, anuncia que la persona aquella perecerá en un cadalso... Y ahora—añadió el obí—debo decir, hermanos, que uno de los más firmes puntales de la independencia, el valeroso Bouckmann, reune estos tres signos fatales.
A estas palabras, quedáronse los negros todos