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sia del Acul y, mezclando estas cenizas del papel consagrado con unas cuantas gotas de vino echadas en el cáliz, dijo al herido:

—Bebe, que aquí va la salud[1].

Bebió el otro, lleno de fe, clavando sus estúpidas miradas en el juglar, que tenía elevadas sobre él las manos, cual invocando la bendición celeste, y quizá el convencimiento de que estaba ya sano contribuyó no poco a lograr la cura.

XXXI

Siguióse a esta escena otra en que el velado obí representó aún el principal papel: el médico había reemplazado al sacerdote; el zahorí reemplazó ahora al médico.

—Hombres, escuchad—exclamó el obí, saltando con agilidad increíble sobre el altar improvisado, donde vino a caer sentado, con las piernas cruzadas bajo sus abotargadas enaguas—. Escuchad, hombres; cuantos quieran leer en el libro del destino el secreto de su vida, que se acerquen y se lo diré: He estudiado la ciencia de los gitanos.

Una caterva de negros y de mulatos se acercaron con precipitación.

—Uno tras otro—dijo el obí, cuya voz hueca y


  1. Este remedio se usa todavía con bastante frecuencia en Africa, especialmente por los moros de Trípoli, que suelen echar en sus brebajes la ceniza de una página del libro de Mahoma. A este filtro atribuyen ellos virtudes soberanas. Un viajero inglés, no sé cuál, llama a esta bebida infusión de Alcorán.