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tad para todos los hombres. Este grito tiene eco en todas las islas: nació en Quisqueya[1] y resonó en Tabago y en Cuba. Un capitán de ciento veinticinco negros cimarrones de las Montañas Azules, un negro de Jamaica, Bouckmann, en fin, fué quien primero alzó el pendón entre nosotros. Un triunfo ha sido su primer acto de fraternidad con los negros de Santo Domingo. Sigamos tan glorioso ejemplo, con la tea en una mano y el hacha en la otra. No haya compasión para los blancos, para los dueños. Matemos las familias, arruinemos sus plantíos, no dejemos en sus haciendas un árbol siquiera sin tener las raíces hacia el cielo. ¡Trastornemos la tierra para que se trague a los blancos! ¡Animo, pues, hermanos y amigos! Pronto iremos a pelear y exterminarlos. Triunfaremos o moriremos en la empresa. Vencedores, gozaremos a nuestra vez de todos los deleites de la vida; si morimos, iremos al cielo, donde los santos nos esperan; al paraíso, donde cada bravo tendrá ración doble de aguardiente y un peso en plata al día.

Esta especie de sermón soldadesco, que a ustedes, señores, no les parecerá más que risible, produjo entre los rebeldes un efecto maravilloso. Verdad es que los extraños gestos de Biassou, el acento inspirado de su voz, el extraordinario sarcasmo que cortaba a veces sus palabras, infundían a


  1. Nombre antiguo de Santo Domingo que significa Tierra Grande. Los naturales le llamaban también Haití.—Nota del autor.