estos brazos desnudos, que juzgaron sin bríos, no sabiendo que la buena madera está más dura cuando le quitan la corteza. Ahora tiemblan esos tiranos aborrecibles: yo gagné peur[1].
Un aullido de gozo y de triunfo respondió a este grito de su jefe, y la caterva toda siguió repitiendo por largo período:
—Yo gagné peur!
—Negros criollos y congos—añadió Biassou—, venganza y libertad. Gente de sangre mixta, no os dejéis ablandar por las seducciones de los diablos blancos. Vuestros padres están entre sus filas, pero vuestras madres están entre las nuestras. Y luego, hermanos de mi alma, jamás os han tratado como padres, sino como amos; tan esclavos erais como los negros. Cuando apenas un miserable harapo cubría vuestros miembros abrasados por el Sol, vuestros bárbaros padres se pavoneaban con muy buenos sombreros y llevaban chaquetas de mahón los días de faena, y los días de fiesta, vestidos de barragán o de terciopelo, a diez y siete cuartos la vara. ¡Maldecid a esos entes desnaturalizados! Pero como los santos mandamientos del bon Giu los protegen, no maltratéis a vuestro propio padre; y si le encontráis entre los contrarios, nada os estorba, amigos, para que no os digáis mutuamente: Touyé papa moé, ma touyé quena toué[2]. ¡Venganza! Gente del Rey: liber-