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demasiado largo período hemos aguantado en paz como los carneros, con cuya lana comparan nuestros cabellos los blancos; seamos ahora implacables como los jaguares y panteras de la región de donde nos arrancaron. La fuerza sola adquiere derechos, que todo le pertenece al que se muestra esforzado y sin compasión. San Lobo[1] tiene dos fiestas en el almanaque, y el Cordero Pascual no tiene más de una... ¿No es así, padre capellán?

El obí hizo una reverencia afirmativa.

—Han venido—repuso Biassou—, han venido los enemigos de la regeneración de la humanidad, esos blancos, esos hacendados, esos dueños, esos hombres de negocios, verdaderos demonios vomitados por las furias infernales. Han venido con insolencia, cubiertos, ¡gente vana!, de armas, de plumajes y de ropajes magníficos a la vista, y nos despreciaban porque éramos negros y estábamos desnudos. Pensaban, en su orgullo, dispersarnos con tanta facilidad como estas plumas ahuyentan esos negros enjambres de mosquitos y maringuinos.

Y, al acabar esta comparación, tomó de manos de un esclavo blanco uno de aquellos abanicos que se hacía llevar detrás de sí, y comenzó a sacudirlo con mil gestos vehementes; luego continuó:

—... Pero, hermanos, nuestro ejército se arrojó sobre ellos como las moscas sobre un cadáver; cayeron con sus lucidos uniformes a los golpes de


  1. Santo francés de quien no creemos que se haga mención en nuestra tierra.—N. del T.