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Morne-Rouge, y, ya sin más dudas, me resigné a esperar la venganza de Biassou, con la que aparentaba el negro amenazarme.

XXVI

Entre tanto, cubrían aún las tinieblas la cañada, y sin cesar el tropel de los negros y el número de las fogatas iban en aumento. Un corro de negras llegó en esto a encender una hoguera cerca de mí, y por los numerosos brazaletes de cuentas de vidrio azul, encarnado y violeta que lucían en sus piernas y brazos, por los gruesos pendientes que colgaban de sus orejas, por los anillos sin cuento que adornaban todos los dedos de pies y manos, por los amuletos colgados del seno, por el collar de hechizos pendiente del cuello, por el delantal de vistosas plumas, única cubierta de su desnudez, y, sobre todo, por sus clamores acompasados y sus miradas desatentadas y esquivas, conocí desde luego que eran las Griotas. Quizá ignoren ustedes, señores, que entre las tribus de varias comarcas de Africa se hallan ciertos negros dotados de no sé qué tosca disposición para la poesía y facilidad de improvisar, que tiene semejanza con el estado de demencia. Estos individuos andan errantes de región en región, como los antiguos rapsodas, y como en la Edad Media los minstrels de Inglaterra, los minnesinger de Alemania y los trovadores de Francia. Llevan el nombre de griotos. Las mujeres, poseídas cual ellos de un