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de los negros, y, mostrado el camino, pronto estuvo cubierto de milicianos, con cuyo refuerzo comenzamos un fuego muy vivo de fusilería. Los negros, peor armados, no podían respondernos con tanto calor, y empezaron a desalentarse, con lo que redoblamos nuestros esfuerzos, y pronto tuvieron precisión los rebeldes de evacuar las peñas más vecinas, aunque cuidando antes de hacer rodar sus muertos sobre el resto del ejército, que estaba aún tendido en batalla en la loma. Entonces cortamos y atamos con bejucos algunos de aquellos enormes árboles del algodón silvestre de que fabricaban los habitantes de la isla canoas para cien remeros. Con ayuda de este puente improvisado pudimos cruzar a los riscos abandonados por el enemigo, y parte considerable de nuestras fuerzas se encontraron en posición ventajosa. Semejante aspecto enfrió el valor de los insurgentes al paso que nuestro fuego continuaba. En esto se alzó por el ejército de Biassou un rumor lastimoso, en que iba mezclado el nombre de Bug-Jargal, y cundió por entre sus filas gran espanto. Varios negros de Morne-Rouge aparecieron en lo alto de la peña, adonde ondeaba el rojo pendón; se postraron en tierra, arrancaron luego el estandarte y se arrojaron con él a los abismos del río. Todo parecía denotar que su caudillo estaba o muerto o prisionero.

Nuestro ánimo subió de punto en grado tal, que me resolví a arrojar al arma blanca a los rebeldes de los peñascos que todavía ocupaban. Hice