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hasta que él, conociendo que todos los negros iban a quedarse allí, les dijo algunas palabras que serían un exorcismo, porque los puso a todos en huída. Se zambulleron, y en un abrir y cerrar de ojos no quedaba uno. Aquella batalla debajo del agua tenía algo de agradable, y me hubiera entretenido si no hubiera perdido un dedo y mojado diez cartuchos, y si... ¡pobrecillo!, ¡pero estaba escrito, mi capitán!

Y el sargento, después de llevarse, en ademán de saludo militar, la mano a la gorra de cuartel, la levantó hacia el cielo con gesto de inspirado.

D’Auverney parecía entregado a un violento desasosiego.

—Sí—dijo—, sí; tienes razón, Tadeo, que aquélla fué una noche fatal...

Y se hubiera perdido en sus acostumbradas y melancólicas distracciones si la concurrencia no le hubiese instado con empeño para que prosiguiera, cual así lo hizo.

XXIV

Mientras la escena que Tadeo acaba de pintar...—Tadeo, triunfante, fué a colocarse detrás de su capitán—, mientras la escena que Tadeo acaba de pintarnos pasaba a espaldas del cerro, yo había conseguido trepar de mata en mata con algunos de los míos hasta la cima de un pico llamado el Pavo Real por los brillantes reflejos que despedían a la luz del sol las peñas de su cumbre. Este pico se hallaba a igual altura que las pos-