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grito por socorro y me empiezan a dar de sablazos, cuando vea usted aquí que acuden todos los dragones y se meten de mogollón, como diablos, debajo de los bejucos. Sin que nadie lo supiera, los negros de Morne Rouge estaban allí agazapados para probablemente embestirnos por las espaldas un momento después. ¡Vaya, y la que se armaría en el agua! No era buen rato para pescar con caña. Cada cual peleaba, juraba y gritaba como mejor y más podía. Ellos, como estaban desnudos, andaban más listos; pero nuestros golpes eran más duros que los suyos. Se nadaba con un brazo y peleábamos con el otro, como siempre se hace en tales casos; y los que no sabían nadar, digo, mi capitán, se colgaban por una mano de los bejucos, y los negros les tiraban de los pies. En medio de la función, reparé en un negrazo que se defendía como Belcebú contra ocho o diez de los míos; me fuí hacia allá nadando y conocí a Pierrot, llamado también Bug... Pero esto no debe decirse hasta después. ¿Verdad, mi capitán? Reconocí a Pierrot, y, como desde la toma del fuerte andábamos peleados, le agarré por el pescuezo, y él iba ya a sacudirse de mí con una puñalada, cuando me miró a la cara, y, en lugar de matarme, se entregó; que fué una lástima, mi capitán, porque si no se hubiera entregado... Pero eso queda para más adelante. En cuanto los negros le vieron prisionero, se nos echaron todos encima para rescatarle, de modo que también los milicianos se venían al agua para darnos socorro;