472 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA rendir luego los parapetos de la duda, hasta asentar una convicción ; para concitar, en fin, los afectos, has- ta mover el corazón, trayéndole a poner su sello sobre los dictados de la lógica. Los asuntos que Besada solía tratar en sus oraciones no admiten sino este trata- miento, y mostraba en él consumada maestría. Acontece ser transitorio el atractivo circunstan- cia] de las materias, 3^ renovarse éstas sin tregua, así en el Foro como en el Parlamento; por ello quedan pronto postergadas, olvidadas y como perdidas piezas oratorias que, una por una, encierran relevante méri- to; pero de todas ellas retiene el orador en su persona un acrecentamiento de autoridad prestigiosa, porque aun los que olvidan el discurso, guardan memoria del acierto que- advirtieron o admiraron. De este modo vi- mos formarse rápidamente la personalidad de nuestro compañero, es decir, con el ejercicio del género litera- rio que le había tocado en suerte al trazar el derrote- ro de 'SU vida. Si ésta no quedara truncada tan tempranamente^ habríale llegado pronto alguna mayor ocasión para ha^ llar descanso y amenidad con el cultivo de otros géne- ros menos desabridos, para los cuales tenía él acredita-r das de antiguo su aptitud y su afición. No le otorgó el Cielo tal merced; pero deja entre nosotros, en esta Academia, una memoria ungida con el afecto cordial de todos; y en mi propio corazón deja sangrando la he-r rida de una amistad que las peripecias políticas jamás turbaron; sólo la muerte podía añascarla, aunque no quebrantarla.
Página:Boletín RAE VI (1919).djvu/480
Esta página no ha sido corregida