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si todavía anduviera vestido clown, que con toda seguridad me busca, me persigue... que irá pidiendo informes, enseñando mi alhaja, refiriendo mi aventura, pregonando que soy una desenvuelta, y que en lugar de quedarme en casita rezando por el alma de mi marido, me voy á la Alhambra á rom- per platos y manchar pañolones. Y cons- tantemente sobresaltada: ¡Si será ese rubio! ¡Si será ese moreno! No había para mí en Madrid una hora de sosiego: para mí el mundo estaba lleno de clowns y de sastres- vivía corrida, sobresaltada, temiendo que a cada instante se descubriese la locura que cometí, y ahí tiene usté por qué apelé á la fuga y me vine á este sitio á hacer peni- tencia.

Isab. ¡Ay, qué cabecita! Y quiera Dios que aquí no tengamos el otro disgusto.

Paul. Ese, no. Vaya y disponga que nos den de almorzar, pues con lo que madrugamos aquí, el hambre también madruga.

Isab. Voy allá; pero no abras la puerta.

Paul. Si es que me estoy ahogando.

Isab. No te fies; mira que nos roban, (vase por la izquierda.)

ESCENA II

PAULINA, luego FELIPE

Paul. ¡Ay!... Lo temible aquí no son los ladrones. ¿Qué más quisiera yo? La casa asaltada, gri- tos, emociones... un drama. Lo temible es esto: que no sucede nada, y una se aburre. ¡Qué fastidio!... ¡Y qué calor! Yo no me que- do encerrada. ¡Felipe!

-FEL. [Por la izquierda, con mandil y un plumero.) ¿Lla- ma la señora?

Paul. Sí, abra usted esas ventanas, la puerta, todo, de par en par.

Fel. En seguida. (Abre las persianas del vestíbulo y las ventanas.)

Paul. ¡Jesús! Así: que entre el fresco.