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Isab. Sin las tijeras.

Paul. Y disfrazado de clown.

Isab . ¿Guapo, á lo menos?

Paul. Con tres tupés así... puntiagudos, que se le encrespaban sobre la peluca, y el rostro em- badurnado de carmín y azul... ¡cualquiera sacaba en limpio si era guapo ó feo!... Pero muy impetuoso. ¡Qué desesperación de amor la que le entró al pobre! — Mascarita, yo estoy loco!... — ¡Mascarita, yo voy á perderme! — ¡Mascarita, tú no harás más sombreros, ó más vestidos... ó lo que hagas!... Quería elevarme á señorita.

Isab. O á pantalonera.

Paul. ¡Y qué mano, y qué pie, y qué talle!... Hasta el antifaz, que era de los grandotes, muy feo y muy chato, le parecía adorable.

Isab. 'Y te ríes!

Paul. Ahora, á distancia, sí. Como que aquello tenía muchísima gracia.

Isab. Mas tú no te descubriste. Paul. Tentaciones me dieron; como estaba el clown tan empeñado en que yo había de ser muy bonita... Pues la verdad... para que viese que no se equivocaba.

Isab. ¡Ah, vanidosa!

Paul. Vanidosa... y mártir, porque al cabo no me descubrí.

Isab. Buena la habrías hecho mostrándote en aquel sitio cuando aun no habías concluido tu luto de viuda.

Paul. ¡Qué horror!

Isab. ¡Si lo averiguan los parientes y los amigos!...

Paul. Cuando vi que la persecución de aquel hombre se hacía más furiosa, me entró un miedo terrible de verme comprometida. Aprovechando un momento en que él se distrajo para comprarme flores, eché á co- rrer desalada, remolcando á mi doncella. Yo no sabía por donde andaba. Me metí en el restaurant... ¡qué se yo!... tropiezo con un camarero, que traía una gran bandeja de platos, copas, botellas y... ¡patatús! ¡todo al santo suelo! .. una cena de veinte cubiertos...