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Isab. Ese echaría á correr en cuanto se presentase el primer enmascarado.

Paul. ¡Ay! No me hable usted de enmascarados. Si supiera usted que las máscaras tienen la culpa de que nos veamos aquí...

Isab. Volvámonos á nuestra calle del Almirante, tan vigiladita y tan acompañada.

Paul. Precisamente de eso he huido; de compañías y de vigilancia.

Isab. ¿"De veras?

Paul. Sí, señora; ¿no lo ha echado usted de ver? He huido del mundo; he venido á ocul- tarme.

Isab. ¡Ave María Parísima!... Pues ¿que has he- cho tú?

Paul. Una muy gorda, tía.

Isab. ¡Jesús! ¿Y cuál?

Paul. Una calaverada, un pecado muy verde. En este Carnaval pasado...

Isab. ¿Te disfrazaste?...

Paul. Sí, señora.

Isab. ¿Y fuiste á algún baile?

Paul. Pero, ¡á qué baile!

Isab. ¡Dios mío!

Paul. ¡A la Alhambra, al baile de las modistas, donde dan premio al mejor capuchón, y al mejor mantón y al tango mejor bailado!

Isab. ¿Cómo te atreviste?...

Paul. La picara curiosidad. Yo, que en todo el año no doy una puntada, en tal noche me sentí modista. ¡Figuróseme que aquello ha- bía de ser tan alegre y tan pintoresco!

Isab. Y tan escabroso.

Paul. Sí, señora; y tanto mayor motivo. Conque le dije á la doncella: «Anda, ponte un domi- nó.» Y nos fuimos.

Isab. ¡El Señor nos acuda! ¿Y qué te sucedió allí?

Paui,. Lo primerito que me sucedió fué que hice una conquista.

Isab. ¡Qué atrocidad!

Paul. En el mismísimo guardarropa.

Isab. ¿Y quién sería el conquistado?

Paul. Ya sabe usted; para una modista, un sastre. Pero un sastre que iba de incógnito.