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B. CABRERA

ble fijar hasta dónde la independencia de las nociones de espacio y tiempo, a primera vista tan lógica, puede ser el fruto del proceso histórico seguido en la acumulación del caudal de nuestros conocimientos.

Parece absolutamente innegable que la conciencia de sucesión de los fenómenos, que engendra la noción de tiempo, responde a algo inconfundible con la localización relativa de los mismos, de donde nace el concepto de espacio: los adverbios antes, ahora y después, que vienen a fijar aquella sucesión, son inconfundibles con los aquí y allí, que establecen la posición respecto al observador. Sin duda, para avanzar el primer paso en la construcción de una teoría de los fenómenos naturales se hace indispensable completar estos vagos conceptos intuitivos creando una métrica que permita numerar los instantes consecutivos de tiempo, estableciendo la noción de duraciones iguales, y fijar la posición de un punto en el espacio, mediante la introducción de la noción de distancia. La posibilidad de hacerlo es, pues, postulado indispensable para la existencia de la Filosofía natural.

Pero la métrica concreta que va contenida en el grupo de Galileo pretende poseer un carácter absoluto, siendo la única aplicable al Universo entero. Esto es: sea cual fuere el observador que contempla los fenómenos, la imagen que del Universo se forme será idéntica. Podríamos decir que los aspectos que

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