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IV
C
UANDO al anden de la estacion salimosiban las ocho á dar; el tren partía
á las ocho y minutos; distinguimos
un coche de primera, en el que había
dos señoras ó tres, y ¡aquí! dijimos.
Puso Blanca en su sitio el equipaje,
y, atrayéndome á sí con furia loca,
saltó otra vez al suelo,
mientras su fresca boca
murmuraba en patético lenguaje:
— ¡Cómo te voy á amar!
— ¿Dónde?
— En el cielo.