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III


G

uarda la vida en su rodar constante

horas de anhelo grato,
de dulce paz, de angustia delirante,
de calma ó de arrebato.
Horas que son un siglo y un instante,
conforme nos redimen ó condenan,
y en cuyo fondo lúgubre germinan
las flores que fascinan,
los frutos que envenenan.
¿Quién de ellas no ha bebido
el calmante ó la hiel? Yo las evoco
sacándolas del polvo del olvido
en que yacen ha tiempo sepultadas,