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y debo cerca de trescientas liras.
— Mas, ¿no tienes amigos?
                       — Tuve algunos
que de su amor me hicieron mil alardes;
en la ventura les juzgué importunos,
frente á frente del bien fueron cobardes.
— Y ¿qué resolverás?
                    — No lo concibo;
me empuja al precipicio la primera
la misma anciana en cuya casa vivo,
y antes que dar en él morir quisiera.
— Te afliges sin motivo;
¿no tienes madre?
               — ¡Ay Dios ! ¡si la tuviera!
— Blanca, jura que es cierto
cuanto me acabas de decir.
                        — Lo juro
por las ocultas lágrimas que vierto;
no tiene la verdad sello más puro.
— Pues bien, el baile acaba
y vienen á buscarte tus amigas ;
es preciso que hablemos.
                      — Lo anhelaba: