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Fábulas

¡Yo dejar la casa
Que fué domicilio
De padres, abuelos
Y todos los mios,
Sin que haya memoria
De haber sucedido
La menor desgracia
Desde luengos siglos!—
Allá te compongas;
Mas ten entendido
Que tal vez sucede
Lo que no se ha visto.»
Llegó una carreta
A este tiempo mismo,
Y á la triste Rana
Tortilla la hizo.
Por hombres de seso
Muchos hay tenidos,
Que á nuevas razones
Cierran los oidos;
Recibir consejos
Es un desvarío.
La rancia costumbre
Suele ser su libro.


FÁBULA XV.

EL PARTO DE LOS MONTES.

Con varios ademanes horrorosos
Los montes de parir dieron señales:
Consintieron los hombres temerosos
Ver nacer los abortos más fatales.
Despues que con bramidos espantosos
Infundieron pavor á los mortales,
Estos montes, que al mundo estremecieron,
Un ratoncillo fué lo que parieron.
Hay autores que en voces misteriosas,
Estilo fanfarron y campanudo
Nos anuncian ideas portentosas;
Pero suele á menudo
Ser el gran parto de su pensamiento,
Despues de tanto ruido, solo viento.


FÁBULA XVI.

LAS RANAS PIDIENDO REY.

Sin Rey vivia, libre, independiente,
El pueblo de las Ranas felizmente.
La amable libertad sólo reinaba
En la inmensa laguna que habitaba;
Mas las Ranas al fin un Rey quisieron,
A Júpiter excelso lo pidieron;
Conoce el dios la súplica importuna,
Y arroja un Rey de palo á la laguna:
Debió de ser sin duda buen pedazo,
Pues dió su majestad tan gran porrazo,
Que el ruido atemoriza al reino todo;
Cada cual se zambulle en agua ó lodo,
Y quedan en silencio tan profundo
Cual si no hubiese ranas en el mundo.
Una de ellas asoma la cabeza,
Y viendo á la real pieza,
Publica que el monarca es un zoquete.
Congrégase la turba, y por juguete
Lo desprecian, lo ensucian con el cieno,
Y piden otro Rey, que aquél no es bueno.
El padre de los dioses, irritado,
Envia á un culebron, que á diente airado
Muerde, traga, castiga,
Y á la mísera grey al punto obliga
A recurrir al dios humildemente.
«Padeced, les responde, eternamente;
Que así castigo á aquel que no examina
Si su solicitud será su ruina.»


FÁBULA XVII.

EL ASNO Y EL CABALLO.

¡Ah! ¡quién fuese Caballo!
Un Asno melancólico decia;
Entonces sí que nadie me veria
Flaco, triste y fatal como me hallo.
»Tal vez un caballero
Me mantendria ocioso y bien comido,
Dándose su merced por muy servido
Con corvetas y saltos de carnero.
»Trátanme ahora como vil y bajo;
De risa sirve mi contraria suerte;
Quien me apalea más, más se divierte,
Y ménos como cuando más trabajo.
»No es posible encontrar sobre la tierra
Infeliz como yo.» Tal se juzgaba,
Cuando al Caballo ve cómo pasaba,
Con su jinete y armas, á la guerra.
Entónces conoció su desatino,
Rióse de corvetas y regalos,
Y dijo: «Que trabaje y lluevan palos,
No me saquen los dioses de Pollino.»


FÁBULA XVIII.

EL CORDERO Y EL LOBO.

Uno de los corderos mamantones,
Que para los glotones
Se crian, sin salir jamas al prado,
Estando en la cabaña muy cerrado,
Vió por una rendija de la puerta
Que el caballero Lobo estaba alerta,
En silencio esperando astutamente
Una calva ocasion de echarle el diente.
Mas él, que bien seguro se miraba,
Así lo provocaba:
«Sepa usted, seor Lobo, que estoy preso,
Porque sabe el pastor que soy travieso;
Mas si él no fuese bobo,
No habria ya en el mundo ningun Lobo.
Pues yo corriendo libre por los cerros,
Sin pastores, ni perros,
Con sólo mi pujanza y valentía
Contigo y con tu raza acabaria.—
Adios, exclamó el Lobo, mi esperanza
De regalar á mi vacia panza.
Cuando este miserable me provoca
Es señal de que se halla de mi boca
Tan libre como el cielo de ladrones.»
Así son los cobardes fanfarrones,
Que se hacen en los puestos rentajosos
Más valentones cuanto más medrosos.


FÁBULA XIX.

LAS CABRAS Y LOS CHIVOS.

Desde antaño en el mundo
Reina el vano deseo
De parecer iguales
A los grandes señores los plebeyos.
Las Cabras alcanzaron
Que Júpiter excelso
Les diese barba larga
Para su autoridad y su respeto.
Indignados los Chivos
De que su privilegio
Se extendiése á las Cabras,
Lampiñas con razon en aquel tiempo,
Sucedió la discordia
Y los amargos celos
A la paz octaviana
Con que fué gobernado el barbon pueblo.
Júpiter dijo entonces,
Acudiendo al remedio:
«¿Qué importa que las Cabras
Disfruten un adorno propio vuestro,
Si es mayor ignominia
De su vano deseo,
Siempre que no igualaren
En fuerzas y valor á vuestro cuerpo? »
El mérito aparente
Es digno de desprecio;
La virtud solamente
Es del hombre el ornato verdadero,