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Exclamaciones.

dad! Qué sin remedio! Pues cuándo, Señor, cuándo? Hasta cuándo? Qué haré, bien mió, qué haré? ¿Por ventura desearé no desearos? Oh mi Dios y mi Criador, que llagáis y no ponéis la medicina, herís y no se ve la llaga, matáis dejando con mas vida; en íin, Señor mió, hacéis lo que queréis como poderoso. Pues, un gusano tan despreciado, mi Dios, ¿queréis sufra estas contrariedades? Sea ansi, mi Dios, pues Vos lo queréis, que yo no quiero sino quereros. ¡Mas ay, ay, Criador mió, que el dolor grande hace quejar, y decir lo que no tiene remedio, hasta que Vos queráis! Y alma tan encarcelada desea su libertad, deseando no salir un punto de lo que Vos queráis. Quered, gloria mia, que crezca su pena ú remediadla del todo. ¡Oh muerte, muerte! No sé quien te teme, pues está en tí la vida! ¡Mas quién no temerá, habiendo gastado parte della en no amar á su Dios! Y pues soy esta, ¿qué pido y qué deseo? ¿Por ventura el castigo tan bien merecido de mis culpas? No lo primitais Vos, bien mió, que os costó mucho mi rescate. Oh ánima mia! Deja hacerse la voluntad de tu Dios, eso te conviene: sirve, y espera en su misericordia, que remediará tu pena, cuando la penitencia de tus culpas haya ganado algún perdón dellas: no quieras gozar sin padecer. ¡Oh verdadero Señor y Rey mió, que aun para esto no soy, si no me favorece vuestra.soberana mano y grandeza, que con esto todo lo podré!

VII.

¡Oh esperanza mia y Padre mió, y mi Criador, y mi verdadero Señor y Hermano! Cuando considero en cómo decís que son vuestros deleites con los hijos de los hombres, mucho se alegra mi alma. ¡Oh señor del cielo y de la tierra! ¡Y qué palabras estas para no desconfiar ningún pecador! ¿Fáltaos, Señor, por ventura con quien os deleitéis, que buscáis un gusanillo tan de mal olor como yo? Aquella voz se oyó cuando el Bautismo, que dice, que os deleitáis con vuestro Hijo. ¿Pues, hemos de ser todos iguales, Señor? ¡Oh qué grandísima misericordia, y qué favor tan sin poderlo nosotras merecer! Y qué todo esto olvidemos los mortales? Acordaos Vos, Dios mió, de tanta miseria, y mirad nuestra flaqueza, pues de todo sois sabidor. Oh ánima mia! considera el gran deleite, y gran amor que tiene el Padre en conocer á su Hijo, y el Hijo en conocer á su Padre, y la inflamación con que el Espíritu Santo se junta con ellos: y como ninguna se puede apartar de este amor y conocimiento, porque son una mesma cosa. Estas soberanas personas se conocen, estas se aman, y unas con otras se deleitan. ¿Pues qué menester es mi amor? Para qué le queréis, Dios mió, ó qué ganáis? Oh bendito seáis Vos! ¡Oh bendito seáis, Diosmio, para siempre! Alaben os todas las cosas, Señor, sin fin, pues no lo puede haber en Vos. Alégrate, ánima mia, que hay quien ame á tu Dios como El merece. Alégrate, que hay quien conoce su bondad y valor. Dale gracias, que nos dio en la tierra quien ansí le conoce, como á su único Hijo. Debajo de este amparo podrás llegar, y suplicarle, que pues su Majestad se deleita contigo, que todas las cosas de la tierra no sean bastantes á apartarte de deleitarte tú, y alegrarte en la grandeza de tu Dios, y en cómo merece ser amado y alabado, y que te ayude para que tú seas alguna partecita para ser bendecido su nombre, y que puedas decir con verdad—Engrandece y los mi ánima al Señor.

VIII.

¡Oh Señor Dios mió, y como tenéis palabra de vida, á donde todos los mortales hallaran lo que desean, si lo quisiéremos buscar! Mas que maravilla, Dios mió, que olvidemos vuestras palabras con la locura y enfermedad, que causan nuestras malas obras. ¡Oh Diosmio, Dios, Dios Hacedor de todo lo criado! ¿Y qué es lo criado, si Vos, Señor, quisiéredes criar mas? Sois todopoderoso, son incomprensibles vuestras obras. Pues haced, Señor, que no se aparten de mi pensamiento vuestras palabras. Decís Vos: Venid á mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que yo os consolaré. ¿Qué mas queremos, Señor? Qué pedimos,? Qué buscamos? ¿Por qué están los del mundo perdidos, sino por buscar descanso? Válame Dios, oh válame Dios! ¿Qué es esto, Señor? Oh que lástima! Oh gran ceguedad, que le busquemos en lo que es imposible hallarle! Habed piedad, Criador, de estas vuestras criaturas. Mirad que no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos, ni atinamos lo que pedimos. Daduos, Señor, luz, mirad que es mas menester, que al ciego que lo era de su nacimiento, que éste deseaba ver la luz, y no podia: ahora, Señor, no se quiere ver. ¡Oh qué mal tan incurable! Aquí, Dios mió, se ha de mostrar vuestro poder, aquí vuestra misericordia. ¡Oh qué recia cosa os pido, verdadero Dios mió, que queráis á quien no os quiere, que abráis á quien no os llama, que deis salud á quien gusta de estar enfermo, y anda procurando la enfermedad! Vos decís, Señor mío, que venís á buscar los pecadores: estos, Señor, son los verdaderos pecadores: no miréis nuestra ceguedad, mi Dios, sino á la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por nosotros: resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad: mirad, Señor, que somos hechura vuestra. Válganos vuestra bondad y misericordia.

IX.

Oh piadoso y amoroso Señor de mi alma! También decís Vos—Vení á mí todos los que tenéis sed, que yo os daré á beber. ¿Pues cómo puede dejar de tener gran sed el que se está ardiendo en vivas llamas en las codicias de estas cosas miserables de la tierra? Hay grandísima necesidad de agua, para que en ella no se acabe de consumir. Ya sé yo, Señor mió, de vuestra bondad que se la daréis: Vos mesmo lo decís, no pueden faltar vuestras palabras. Pues si de acostumbrados á vivir en este fuego, y de criados en él, ya no lo sienten, ni atinan de desatinados á ver su gran necesidad, ¿qué remedio, Dios mió? Vos venistes al mundo para remediar tan grandes necesidades como estas, comenzad, Señor: en las cosas mas dificultosas se ha de mostrar vuestra piedad. Mirad, Dios mió, que van ganando mucho vuestros enemigos: habed piedad de los que no la tienen de sí, ya que su desventura los tiene puestos en