rebuscando sus defectos, que los tiene sin duda, y parece que están allí para abonar sus bellezas, supuesto que á pesar de ellos la obra no deja de ser el modelo mas cabal. En hora feliz concibió CERVANTES su gran pensamiento, tomó la pluma y la dejó correr libre y sin trabas, arrebatado por el impulso de su impetuosa imaginacion. Nada era capaz de detenerla; si tuviéramos el manuscrito, hallariamos en él pocos borrones. Olvidaba muchas veces lo que habia escrito, y caia en contradicciones y anacronismos; tropezaba con una dificultad de lenguaje, y saltaba por encima, sacrificando la correccion á la enerjia ó á la gracia; le convenía variar el plan, y tomaba otro rumbo con el mas gentil desenfado así como su héroe, dice Clemencin, erraba por llanos y por montes, sin llevar camino cierto, en busca de las aventuras que la casualidad le deparaba, del propio modo el pintor de sus hazañas iba copiando al acaso y sin premeditacion lo que le dictaba su lozana y regocijada fantasía. Pudiera aplicársele, observa el Sr. Quintana en su Vida inédita, el dicho de Mengs al ver el cuadro de las Hilanderas de Velazquez: «Esto no está pintado con la mano, sino con la voluntad. » que CERVANTES en esta ocasion, habiendo acertado con la horma de su ingenio, estaba lleno de su asunto, y tenia trazada en su mente, con rasgos precisos, firmes é indelebles, la origina_ lisima figura de su héroe, de aquel loco amable é interesante, cuyas manías es necesario perdonar y aun aplaudir, en gracia de su generosa intencion. A su lado presenta el mas bello contraste la peregrina concepcion del buen escudero Sancho Panza, segundo personaje de la fábula; y la diversidad de los caractéres, la amenidad de las descripciones, la viveza del diálogo, la oportuna verdad de los conceptos, la artificiosa naturalidad (si es lícito decirlo así) de la narracion, el inesperado desenlace de los sucesos intrincados, hacen desaparecer todos los lunares á los ojos del lector suspenso en la deliciosa lectura de un libro que no tuvo ántes modelo, ni copia despues.
Es Hemos dicho la causa ocasional de la concepcion del Don Quijote; pero esta pudo solo influir en darle patria y lugar para sus hazañas: el fin, la verdadera intencion de la obra fué mas alta, fué eminentemente moral. La lectura de los libros llamados de caballerías, epopeyas informes y desatinadas, que traian su origen de la ruda ignorancia de la edad media, tenian trastornadas muchas cabezas. Era grande en todas las clases la aficion á su lectura, que léjos de elevar los sentimientos é ilustrar á la sociedad, contribuia poderosamente á fomentar la credulidad y la supersticion, á confundir el valor racional con la antojadiza temeridad, á inspirar ideas equívocas sobre los deberes del hombre, y aun á corromper las costumbres, dando lugar á quimeras y locos devaneos, de que se seguian graves daños tanto á las familias como á la república. Todas las representaciones de las cortes del Reino, todas las disposiciones del gobierno, todo el esfuerzo de los hombres eminentes, que como Luis Vives, Alejo Venegas, Benito Arias Montano y otros, habian declamado contra tales libros, no hubieran logrado desterrarlos, si CERVANTES, echando mano de la irresistible arma del ridículo, que tan diestramente manejaba, no los hubiese arrojado para siempre á la sima del olvido que merecian. Jamas obra alguna logró triunfo mas completo. Tres años antes de su aparicion se publicó la Crónica de Don Policisne Boecia; despues de este acontecimiento literario, no hay ejemplar de que se imprimiese en España libro alguno de caballerías, hasta que en los tiempos modernos se ha reproducido uno que otro, no como pabulo de lectura entretenida, sino como objeto de curiosidad literaria.
El ingenioso hidalgo fué recibido por el público con el aplauso que merecia, como que en el primer año salieron cuatro ediciones: dos en Madrid, ambas por Juan de la Cuesta; una en Valencia, por Pedro Patricio Mey, y otra en Lisboa, por Jorje Rodriguez. Un tal Francisco Robles fué, segun parece, quien compró á CERVANTES el privilegio; y atendido un éxito tan brillante y la necesidad del autor, es de creer que hizo una pingüe negociacion. Esta popularidad aumenta las improbabilidades de la especie que anduvo muy válida y acreditada en el siglo último, de