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la ciudad encantada de los césares

de los nueve cuerpos de autos que se echó el fiscal al cuerpo, sacó un pan como una flor [1].

Lo que mas vivamente despertaba los apetitos visionarios del oidor fiscal, entre las infinitas patrañas, maravillas i embustes de los indios, cada uno de los cuales analiza con esquisito saboreo de credulidad, eran las declaraciones de una india de Nahuelguapi, que afirmaba habia sido bautizada en la ciudad de los Césares por un fraile «vestido con hábito de franciscano,» i la confesion en artículo de muerte, de cierto indio viejo que habia hecho una muerte en Calle-Calle i se habia fugado a los Césares, como Pedro de Oviedo se fugó de los Césares por otra muerte. I así la crónica maravillosa de aquellos séres invisibles quedó suspendida ante la eternidad, como el cuerpo de la Quintrala en las puertas del infierno, entre dos puñaladas...

Sospechamos, sin embargo, que el doctor Uriondo dejó escondida en su pecho de fiscal la razon mas poderosa que le impulsaba en el camino de la credulidad. El habia visto patente en una serie de rea-


  1. Este singular documento de falsa visual en una vista, tiene la fecha de Santiago, 31 de julio de 1782.