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la ciudad encantada de los césares

que sin ningun grito se puso por obra, medio siglo mas tarde, en beneficio de todos?

Demas de esto, despues de aquella hidrofóbica filípica entraban los irritados negociantes i banqueros de Santiago, que vivian con sus frascos i talegas de oro en polvo debajo de la almohada, en diversas consideraciones contra aquel «abominable» i «ardo» (por arduo) invento i lo declaraban ante todas cosas, herético, «porque el primer deber de un buen gobierno—decian textualmente—es mantener puras tanto su moneda como la relijion».

Con esto solo estaba irremisiblemente perdido el capitan Orejuela i frustrada su espedicion. Por otra parte, habia ya fallecido el entusiasta coronel Espinosa, gobernador de Valdivia; el presidente Benavides seguia padeciendo su mal de cólico, que al fin le dió sepultura al pié del altar mayor de la Catedral; i por último, la edad de las cruzadas habia concluido para siempre en Chile, ni nadie queria aventurar un maravedí en beneficio de la profanada Jerusalen de la Patagonia. Desde que se trató de sellar cobre i se afirmó que los Césares eran «gringos» se acabó en esta tierra de pan llevar el cesarismo patagónico para comenzarlo en verdad mas tarde en la forma que rije todavía.