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naciones i malicias de algunos individuos de aquella plaza».

El gobernador, a poco de aquel desengaño, falleció...

El primer Espinosa, que fué el primer cesarista, perdió la vida en la horca.

El último Espinosa, i último cesarista, dió, en consecuencia, la suya con mayor lentitud, que es mayor dolor, porque en tales casos, el nudo corredizo de la soga liberta mas a prisa de congojas al ánimo apenado.

Como un incidente casi moderno de esa larga epopeya de las selvas, recordaremos aquí que en 1866. vivian todavía, en una esquina de la plaza de Valdivia, dos hijas del capitan Molina, que, por ancianas, llamaban los vecinos las mayoras, i aun creemos que una de ellas, ahijada de bautismo del jeneral Mackenna cuando era gobernador de Osorno, vive todavía no najenaria, i es heredera directa i lejítima del rico mayorazgo de «Lo Herrera,» en la planicie de Maipo, i el cual, muerta ella i su actual poseedor, el demente don Miguel Pacífico Herrera, pasará a una rama de España con su renta de treinta i tantos mil patacones. Lástima que una de aquellas mayoras no hubiese dejado un mayorazgo!