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que demostraba, segun lo esclareció por esa misma época (1775) el sacerdote-cirujano Falkner, que vivió cuarenta años entre sus tribus, era que las ciudades encantadas por que se les interrogaba con tanto, ahinco no eran otras sino las ciudades de Valdivia, Concepcion, Córdoba, Buenos Aires i Montevideo mismo, «de la otra banda de la laguna.» De esta suerte estuvieron aquellos bárbaros jugando al ajedrez durante dos siglos, con la credulidad de los españoles, engañándolos con la verdad misma, a su manera. Todo el punto i el jaque del negocio i el embuste, estaba en que, cuando eran interrogados en el lado del Atlántico por las «ciudades encantadas,» hacian la descripcion incorrecta de las ciudades del Pacífico; i vice—versa, cuando les acosaba el comisario Pinuer con sus ansiosas preguntas sobre los Césares de la Patagonia, las satisfacian i juraban haciendo referencia a las ciudades del Atlántico, sobre cuya localizacion, distancia, tamaño i peculiaridades, su propia barbarie no les permitia formarse una sola nocion exacta.

Por manera que los verdaderos impostores que forjaron i sostuvieron durante mas de doscientos i cincuenta años aquella monstruosa patraña, no fueron propiamente los indios sino los españoles, i especialmente los famosos andaluces Oviedo i Rojas, i el chilote que vió el cerro de oro i el cerro de diamantes. No quiere esto decir que los indios no sepan mentir, porque, al contrario, son eximios